lunes, 11 de julio de 2011

Rodeo al Rojo Vivo





Más allá del Rodeo
Pobladores molestos porque no tienen transporte, la atención médica es parcial y el único Mercal ha dejado de atender





Juan Alciro tiene 49 años y hace 15 días sufrió un infarto. Vive desde hace 30 años en el barrio El Rodeo, aledaño al penal ubicado en Guatire, que lleva más de dos semanas con alzamientos y reos atrincherados. Asegura que nunca antes había visto una situación tan complicada como la que actualmente se vive en el penal.



Con paso lento y sudando copiosamente, Juan carga una bolsa de unos 8 kilos de peso con comida que lleva para su casa, mientras reclama.



¡Esto no puede ser! Un pueblo pasando trabajo por culpa de dos carajitos que se las dan de arr…Ya es hora de que el Gobierno se haga respetar. Los que vivimos en la zona tenemos desde el domingo 12 que comenzó el tiroteo en el Rodeo 1, sin transporte ni comida. El Centro de Diagnóstico Integral (CDI) y los dos consultorios de Barrio Adentro, así como el Mercal, están cerrados, todo por culpa de unas personas que faltaron a la ley y ahora quieren hacer lo que les da la gana”.



Sin paso. Los policías apostados en la entrada de La Rosa no permiten el paso de vehículos, y los habitantes de El Rodeo, Araira y Las Terrazas tienen que transitar a pie el kilómetro de distancia que hay desde la pasarela hasta sus viviendas.



Una subida empinada hace más difícil el ascenso de Juan Alciro, quien trabaja en Pdvsa Gas Comunal. Se detiene cada 50 metros para poder descansar.



Empezando la empinada cuesta y debajo de un techo de zinc al lado derecho de la vía, unos 10 motorizados ofrecen llevarlo “en un minuto” a cambio de BsF 10. “Antes cobraban BsF 5, pero ahora todo el mundo quiere sacar provecho”, recordó el residente.



Al llegar a la entrada del penal, un contingente de funcionarios de la Guardia Nacional, con sus uniformes antimotines y grandes escudos transparentes, forman fila para evitar que los familiares de los reclusos - mayoritariamente mujeres-, vayan a intentar ingresar por la fuerza. Al otro lado de la única vía que permite el ingreso al barrio El Rodeo, una veintena de uniformados conversa distraídamente mientras observan a todas las personas que transitan por el lugar.



Cientos de mujeres jóvenes, mayores y algunas ancianas, se mueven de un lugar a otro por la calle, o se sientan en las veredas buscando sombra debajo de los árboles, mientras que en las puertas de muchas casas han aparecido carteles ofreciendo comida, refrescos, agua, hielo, cerveza y hasta hospedaje.



“Mi Dios es grande y va a querer que todo salga normal, porque esto no se había visto antes. Siempre se escuchan disparos, ha habido disturbios, pero nunca como ahora; esto nos perjudica a todos los que vivimos aquí y a los familiares de los presos que han llegado preocupados por los internos”, comentó Yeiling Zerpa, quien vive en la zona.



Cuando ya no hay mucha gente en la calle y, en voz baja, la señora Yeiling asegura que la gran mayoría de los residentes de la zona están muy incómodos y asustados por todo lo que sucede. “Lo que pasa es que no puedo decir las cosas abiertamente porque no sabemos qué clase de personas están aquí y lo que podría pasarnos”, susurra.



Aunque la mayoría de residentes colaboran desinteresadamente en un acto de solidaridad con los familiares de los privados de libertad, otros han visto la oportunidad de hacer negocio y ganarse algo de dinero mientras dure la crisis.



“Mire amigo, si yo no trabajo, no gano. Hay muchas personas que necesitan agua, comida, pastillas para el dolor de cabeza, utilizar los baños, cigarros, etc., y yo les vendo lo que quieren y hasta les alquilo una habitación que tengo desocupada por noche. Es un simple intercambio de servicios a cambio de dinero y todos salimos beneficiados”, explica Ricardo Romero, vecino del sector.-






Varias tanquetas de la GN están apostadas en la entrada del penal como seguridad. JORGE CHÁVEZ



RODEO AL ROJO VIVO



MUCHOS FAMILIARES DE PRESOS CUESTIONAN ACTITUD DE LOS PRANES




TESTIMONIOS



María. Mi hijo estaba a punto de salir. Fue sentenciado a 15 años por homicidio y robo agravado, pero ya había cumplido la mitad de la condena y podíamos pedir beneficios procesales. Hablé con él hace un día y me dijo que estaba herido pero que lo estaban cuidando. Ya no tienen nada qué comer ni beber. ¡Santo Dios, esto debe terminar ya! Yo soy muy pobre y tengo que viajar desde Ocumare del Tuy y aquí no tengo familia, duermo en la calle.



Yamilet. El único “delito” que cometió mi hijo fue enamorarse de la exmujer de un funcionario del Cicpc. Cuando éste se enteró, buscó a mi niño que tenía recién 19 años y lo esperó a la salida de la universidad donde estudiaba Derecho y, tras amenazarlo, lo subió a su carro y luego apareció que lo habían detenido con droga, cuando él ni siquiera fumaba. Como somos pobres no pudimos hacer nada, el juez nos cobraba BsF 50 mil para dejarlo libre. Ahora no sé cómo está, tengo cinco días y no sé nada de él, me voy a volver loca.



Todos a caminar. Pero el problema de los habitantes del lugar comienza en la madrugada, cuando cientos de ellos tienen que salir a trabajar y deben hacerlo caminado. Muchos han sido asaltados en el trayecto entre El Rodeo y La Rosa.



“Quizás nuestros reclamos han logrado que algunos jefes de la GN, cuando están de buen humor, dejen pasar algunos vehículos para el transporte de pasajeros pero sólo desde las 6 am hasta las 8 am; después, la cosa se complica hasta la tarde y la noche”, sostiene Kleiber Díaz, quien trabaja como mesonero en un restaurante de Altamira y vive en Las Terrazas de El Rodeo.



Mientras la incomodidad de los vecinos es casi unánime, en la otra vereda, la del frente, los familiares viven su calvario aparte.



Angustia. Desde el mismo domingo 12 de junio, cuando se enteraron del enfrentamiento en Rodeo 1, acudieron masivamente intentando averiguar sobre los suyos.



Rostros quemados por el sol, blusas sudadas, miradas preocupadas, voces altisonantes exigiendo la presencia de los representantes de las organizaciones defensoras de los derechos humanos, deambulan de un lugar a otro, sin rumbo, frente a decenas de GN que las miran preocupados, como si trataran de adivinar en qué momento del día o de la noche, tendrán que actuar para evitar las protestas.



Es miércoles. A las 11 de la mañana se escuchan las detonaciones de unas cinco bombas lacrimógenas dentro del penal y los gritos, llantos y reclamos destemplados de los familiares interrumpen el sosegado silencio del mediodía. “Por favor los van a matar, ellos también tienen derechos, cometieron un error, pero lo van a pagar con la cárcel y listo, eso dice la ley, no es posible que ahora los quieran matar como perros”, grita desesperada Ramona.



Al coro de los lamentos de esta mujer se unen muchos otros.



Mujeres desesperadas se abrazan entre sí, lloran, maldicen a los GN y al Gobierno.



Reproches. ¿Y es que las personas que asesinó tu hijo no tenían madres, hermanos e hijos? ¿Ellos no tienen derechos humanos? se escucha una voz que proviene del fondo de una camioneta pickup en la que viajan ocho personas y a la que las autoridades no permitieron el paso hacia Las Terrazas.



El silencio es la repuesta. Hacia el lado de la bomba de gasolina de La Rosa, otro grupo de mujeres habla casi murmurando, como si tuvieran miedo de que los demás familiares se enteraran de su tema de conversación.



Tras persuadirlas para que compartan sus temores, una de ellas, Juana, la de más edad, comienza a hablar con voz entrecortada por el llanto y la pena.



“Acabo de hablar con mi hijo y me dice hay cuatro muertos que ya están en descomposición.



Además me contó que les queda muy poca comida que les sobró de lo que les llevamos el domingo. Me dice que los pranes sí comen bueno y tienen agua, refrescos y mucha droga, y que son sólo unos 12 los que no se quieren entregar, que los pranes han matado a dos de sus compañeros por querer escapar y que los otros dos sí murieron al enfrentarse a la Guardia”.



No me voy si no lo veo. Dianira Espejo es una joven mujer cuyo hijo Antony González Espejo (20), es uno de los internos de Rodeo II, detenido desde hace un año por robo agravado y sentenciado a 10 años de prisión.



“Mi hijo me llamó hoy y me dijo que ya no tenían comida ni agua y que la mayoría estaba muy mal anímicamente porque les lanzan bombas lacrimógenas a cada rato. Desde el viernes 17 les cortaron todos los servicios...



Yo de aquí no me muevo, no me voy hasta no ver a mi hijo y tener la seguridad de que no le va a pasar nada”.



Más tarde, ese mismo miércoles 23, el ministro de Interior y Justicia, Tareck El Aissami, informó que habían logrado rescatar a 39 reclusos de Rodeo 2, con lo que suman ya 81 los reos en poder del Estado.



Noche de ronda. Al caer la noche, disminuye un poco el número de familiares, pero, aún así, son cientos los que deciden quedarse día tras día.



En medio de una fuerte lluvia, a las 9 pm en La Rosa, los familiaresse agrupan debajo de un techo de zinc para guarecerse.



Están pendientes de la televisión y la radio, porque esperan que a través de esos medios puedan darles la buena noticia de que todo ha terminado.



Conversan entre sí, tratan de darse apoyo y calor, comienzan a tender unos cartones para sentarse en el piso y allí pasar la noche, cuando un convoy de varios carros de la GN pasa con rumbo a la prisión.



Como si fueran picadas por un alacrán, las mujeres se levantan de inmediato y comienzan a insultar a los funcionarios.



Más arriba, tras pasar Waika, Las Terrazas y Araira, se llega al barrio El Rodeo, donde en sus calles y en medio de la penumbra se puede observar a pequeños grupos de mujeres que se aprestan a pasar la noche.



Las calles están mojadas, todavía cae una persistente llovizna, pero ya los cartones han sido extendidos en las veredas, mientras en la entrada de la sede de Mercal, termos con café caliente recién colado dejan escapar ese agradable aroma que se mezcla con el humo de cigarrillos fumados sin cesar, mientras en la calle, vecinos cansados por los inconvenientes, protestan en voz baja, con miedo, evitando que los familiares de los presos los escuchen.



“Ya estamos hartos de todo esto, tener que pagar nosotros por un puñado de malandros. Ojalá Chávez estuviera acá, seguro que en un rato los sacaba a patadas. No es justo que tengamos que pasar por todas estas incomodidades por culpa de unos vagabundos que ahora se las dan de héroes. Cómo quisiera tenerlos al frente para darles un par de correazos y enseñarles lo que sus padres no les enseñaron”, murmura una mujer de unos 70 años que, a duras penas, cargaba dos bolsas y tenía que seguir subiendo a pie la empinada cuesta hasta su casa, ya que no había transporte de servicio público y, además, estaba lloviendo.












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